Comentario
La colonización fenicia incidió en la civilización tartésica cambiando de forma muy sensible el curso de su producción artística. La impronta fenicia hace sentir sus efectos ya en momentos avanzados del siglo VIII a. C., y es un fenómeno dominante en los siglos VII y VI a. C. Debió ejercer también sus efectos, en los últimos siglos, la influencia griega, que resulta menos aprehensible en el ámbito de la cultura tartésica, o es un aspecto todavía poco o nada aclarado por la investigación, como no sea -lo que sí es un dato conocido- que los productos griegos son abundantes en centros tartésicos como el de Huelva, e implican por su carácter contactos directos con griegos.
Es el caso, en resumidas cuentas, que el arte tartésico se sumerge en la oleada orientalizante levantada fundamentalmente por la acción de los fenicios, y pierde la sobriedad del período geométrico y el sello de su personalidad originaria. No era fácil -ni nadie debió pretenderlo- sustraerse a la oferta cultural y artística de los fenicios, tan atractiva y brillante como deliberadamente ecléctica, en el afán de sus autores por absorber lo mejor de las grandes culturas de su entorno -y en primer lugar la egipcia- a la búsqueda de productos que estimularan la demanda de su mercado vastísimo. Es notoria, además, la fama de magníficos artesanos que los fenicios tuvieron en la Antigüedad, y cómo grupos de ellos fueron aceptados en numerosos centros -de Asiria, de Grecia, etcétera-, decididos a obtener sus producciones artesanales. Los tartésicos hubieron de contarse entre ellos, y bastantes talleres semitas debieron instalarse en los núcleos más prósperos de Tartessos. El resultado es que el arte tartésico orientalizante y el fenicio se confunden, y sólo a veces pueden apreciarse notas distintivas en aquél, atribuibles a la personalidad y la influencia del sustrato tartésico, o a rasgos no orientales derivados de la particular dinámica originada por los contactos entre las diversas culturas hispanas.